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Me he despertado a las 6:30. Primer contacto con el cuerpo, dolor. Este hábito está muy automatizado desde niña pero no pasa desapercibido. Lo veo. Algún día esto se convertirá en la habilidad de sentir el gozo del descanso y del despertar.

Me he tumbado boca arriba y he abierto los ojos. Con la vista dirigida al techo me he posado en el sentido del oído a escuchar los sonidos de la mañana.

Donde vivo apenas se escucha ruido nunca. Es un entorno bastante limpio. Vive poca gente y hay poco tránsito de coches. Al día quizás pasen 5 en total.

A pesar de esto, hoy había un silencio adicional de esos que suenan. Hoy suena a domingo. Los domingos tienen un sonido especial. Todo está más quieto que lo quieto que está entre semana.

La ausencia del sonido de los coches, máquinas corta césped, etcétera, dejan vía libre a la orquesta de la naturaleza.

De lejos se oye el mar con su sinuosa danza. El aire mece las ramas y hojas de los árboles y los diversos cánticos de los pájaros viajan por la continuidad del espacio.

Los tonos graves y agudos se combinan con intensidades, ritmos y frecuencias formando una melodía deliciosa y de fondo, se escucha el rumor del silencio. Que siempre está. Como un, continuo, sin partes, sin forma, sin límites.

Hoy no es domingo, pero es festivo y suena a silencio.

 

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