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Hoy de nuevo el acompañamiento al pequeñín a la escuela ha sido especial.

Cuando le he recibido venía cabizbajo. Según ha dicho, cansado y con sueño.

Nos hemos despedido ambos de su madre con un abrazo y hemos emprendido el camino a la escuela.

Aún no llovía pero el cielo amenazaba con hacerlo en pocos minutos, por lo que cada uno llevábamos un paraguas.

Mi paraguas es de cuadros y el suyo como de plástico transparente de estos que les encanta a los niños y las niñas. En realidad, a mí también me encanta y en cuanto vea uno de esos, me lo voy a coger para poder tener más campo de visión cuando llueve.

Mientras íbamos andando he tratado de sacar algún tema de conversación pero he notado que el peque no estaba por la labor de decir nada, así que, de nuevo, he decidido respetar su estado y me he quedado callada, acompañando sin más y dispuesta a responder a cualquier cosa que demandara.

Al cabo de unos minutos, el chiquitín que seguía en silencio de palabra, ha empezado a usar el paraguas de bastón y a hacer ruido contra el suelo. Yo atenta, y con intención de generar cercanía y vínculo, he empezado a hacer lo mismo con el mío.

A ratos el golpe contra el suelo era al unísono, a ratos íbamos a contras y a ratos daban ganas de cantar alguna melodía al ritmo.

Él no ha dicho nada, sin embargo, el vínculo ya estaba en marcha pues de repente, intencionadamente, he dejado de dar golpes para ver qué ocurría. Et voilá!

Cuando mis toques han cesado el peque también ha parado y cuando he vuelto a arrancar él ha seguido. Y así hemos estado hasta entrar por la puerta de la escuela: sin hablar, pero en constante comunicación a través de ese lenguaje que hemos creado hoy espontáneamente y que probablemente ya no sirva para mañana.

Hay veces que no es fácil llegar al corazón o al mundo interior de las personas. Por la propia necesidad personal queremos intervenir en los procesos de terceros y no nos damos cuenta de cuánto intoxicamos las relaciones.

Cuando una persona permanece guardada en su mundo interior, es difícil que se abra a estímulos externos, por lo que ayudarla a salir solo podrá hacerse si lo piden o a través de mecanismos como el impacto psicológico, la sorpresa, el asombro, el humor, etcétera.

En el caso de hoy, mi estrategia ha sido la de hacer ver al nene que estoy con él a través de crear un lenguaje exclusivo construido por ambos. Quizás no ha hecho que el niño hablara. Tampoco era necesario.

Lo que sí es cierto es que la complicidad, la confianza y el respeto se han seguido alimentando y en definitiva, eso es lo único que vale.

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