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Recuerdo una anécdota paradójica que me ocurrió con un profesor que continuamente nos demandaba estar atentas y atentos. Era tal su desconocimiento sobre la trascendencia y las cualidades que posee una Atención Eficiente, que sin darse cuenta, era él quién nos sacaba de permanecer en estados de absoluto presente.

Por aquella época (12-13 años), aún me resultaba muy fácil abstraerme en las tareas. Por ejemplo, cuando nos explicaban un nuevo ejercicio de matemáticas y tocaba practicar, me metía con pura atención en ello hasta perder absolutamente la noción del tiempo y del espacio. A veces incluso, sonaba la alarma de fin de clase y ni me enteraba. No por estar despistada, sino porque la concentración, la atención en lo que hacía era tan alta, tan eficiente, que todos los demás objetos se hacían irrelevantes.

La anécdota ocurrió en la asignatura de artesanía, una optativa, lo cual ya hacía que la atención tendiera a ser eficiente porque de alguna manera, la elección estaba hecha en función de habilidades o gustos propios.

Estábamos grabando un dibujo en cuero, que en un futuro acabaría siendo un reloj con su mecanismo de funcionamiento y todo.

Dibujé una hada posada sobre una esfera. Estaba coloreándola y se ve que el profesor se puso a dar explicaciones que yo ignoré totalmente porque, a parte de mi trozo de cuero, la hada y los colores, no existía más Universo. Es más, no estaba ni yo. Es decir, era yo, pero sin historia, sin pensamientos, sin información que no haría parte de aquel instante de presente. Sin información tóxica. A este tipo de momentos, se les llama momentos de Libertad.

Sin embargo, el profesor, al ver que no le hacía caso, empezó a decir mi nombre una y otra vez sin obtener respuesta y finalmente, se acercó y me sacó de aquel lugar de absoluta concentración dando un fuerte puñetazo sobre mi mesa.

El susto fue mortal. Solo pienso en el bote que pegué en la silla y en la cara del profesor echando humo a diez centímetros de la mía, mientras me echaba en cara a grito pelado que siempre estaba en Babia.

Con esa actitud, el pobre profesor consiguió que mi atención se proyectara hacia sus sugerencias por obligación, pero a mí me sacó de un estado que de haber sabido acompañarlo y alimentarlo, hubiera sembrado un preciado diamante en mi interior.

¿Sabéis qué hubiera ocurrido si el profesor hubiera advertido en qué estado estaba yo y me hubiera sugerido cerrar los ojos y observar mi mundo interior?

Pues, me hubiera acompañado a ese maravilloso lugar donde no hay nada. No hay pensamientos, ni emociones, ni inquietud, ni imágenes. Es vacío. Vacío lleno de vida. Profunda calma llena de intensidad. Un inmenso espacio sin partes, continuo, pétreo, homogéneo y a mí misma sin ser alguien en concreto observando aquel espectáculo interior.

Esto me ocurrió a mí y probablemente a casi todas y todos.

Cuántas veces nos habrán sacado de estados de profunda concentración sin saber que aquello era un trampolín para otros estados superiores como la No-dualidad.

Conocer la naturaleza de la Atención es casi una obligación para cualquier educadora o educador verdaderamente comprometida con el cambio de paradigma. Porque toda salida al dilema del fracaso en la educación, todo dilema sobre el bienestar psicológico de todo niño, de toda niña, de toda persona, se resuelve únicamente desde un planteamiento cognitivo.

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