Saltear al contenido principal

En un pequeño pueblo situado en un valle rodeado de altas y pintorescas montañas había un parque. La belleza del parque era imponente. Un anciano llevaba toda su vida entregado al cuidado de los centenarios árboles y al mimo de sus delicadas flores multicolor.

El anciano habitaba en una pequeña cabaña dentro del parque y al lado tenía un estanque de aguas cristalinas donde, desde años atrás, vivían un par de tortugas.

Una de ellas era grande y elegante, se movía con mayor velocidad y agilidad que su compañera, la cual tenía una apariencia algo pobre porque su caparazón parecía desgastado, daba sensación de enfermedad y deterioro.

Sin embargo, de las dos, la más fea, lenta y torpe, cuando se acercaban los niños a mirarlas, sacaba la cabeza y los observaba con un gesto que parecía de dulzura, mientras que la otra, cuando veía que alguien se iba a acercar, se ponía arisca e intentaba salir a morder.

Un día, un padre caminaba de la mano de su hijo contemplando los diferentes matices que la naturaleza del parque ofrecía. Miraban con detenimiento los detalles de las flores más pequeñas, las olían, se acercaban a los troncos de los árboles más antiguos y pasaban la mano por todos ellos para sentir su rugosidad, su firmeza, su textura ya ruda por la edad.

Tras el paseo, decidieron sentarse alrededor del estanque a descansar mientras tomaban una merienda. El niño descubrió ilusionado la presencia de las tortugas y pidió permiso a su padre para poder echarles unas migas de pan y así atraerlas para verlas de cerca.

Pudo ver cómo la que tenía peor apariencia de las dos, era lenta, casi no le dio tiempo a poder comer una miga de pan, porque para cuando llegaba, la otra tortuga, al ser más veloz, ya se había comido casi todo. También pudo advertir que ésta, intentaba salirse del estanque de manera agresiva y que en un par de veces intentó morder al niño.

Tras esto, apareció el anciano cuidador del parque y de las tortugas con su amable sonrisa. Se puso a hablar con ellos y les comentó que a pesar de la pena que le daba, debía quitar una de las dos tortugas del estanque porque la convivencia entre ellas desde hace tiempo no era buena.

Así que, viendo que el niño estaba encantado observando las tortugas, les ofreció la oportunidad de llevarse una de ellas a su casa.

El niño pidió permiso a su padre para poder escoger una, a lo que el mayor dijo que sí. Pero, de las dos, ¿cuál creéis que debía escoger?

¿Con qué tortuga te quedarías tu?

¿Con la bonita, veloz y arisca, o con la menos bonita, lenta y dulce?

¿Por qué esa y no la otra?

Esta entrada tiene 0 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies
X