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Hace unos 100 años nació un ser excepcional en la India. Su nombre era Ramana; su niñez fue normal, seguramente parecida a la tuya. Iba a diario al cole. Era alto y fuerte lo que le permitía por su estatura y porte amedrentar a sus amigos. Jugaba a la pelota en las polvorientas calles de su pueblo y su vida trascurría normal junto a sus padres y su hermano.

Ramana dormía tan profundo que nada lo despertaba. Sus amigos en broma y vengándose en parte, entraban a su cuarto mientras hacía la siesta y le pellizcaban el cuerpo sin que se despertara, no importa cuán fuerte lo hicieran.

Otra característica de Ramana, que le distinguió de las demás personas, era la ausencia de temor, no tenía miedo a morir. En una ocasión apareció el susto a la muerte y esto le sorprendió, pues gozaba de completa salud, no había razón de aquel sentimiento. Su curiosidad le llevó a indagar el suceso y para ello se dirigió en soledad a su cuarto. Se tumbó boca arriba en la cama e hizo contacto con el temor que sentía.

Cerró los ojos y notó que al observar de forma neutra la sensación, esta desaparecía. De inmediato su mente quedo sumergida dentro de un inmenso vacío. ¿Alguna vez te ha pasado esto que le ocurrió a Ramana, de observar tus pensamientos de forma ecuánime y notar cómo desaparecen, para finalmente flotar en un inmenso y reconfortante vacío?

Pues la sensación fue tan intensa que en Ramana desapareció todo a su alrededor: dejó de escuchar, el tacto se desconectó y perdió contacto con la cama y así sucedió con todos los cinco sentidos. Fue cayendo en un profundo y oscuro abismo interior. Sin embargo, gracias a la ausencia de temor que anidaba en su mente, no abrió los ojos ni se desconectó de la experiencia; simplemente dejó que siguiera su curso.

El resultado final fue sorprendente. Su conciencia se liberó de todo patrón y navegó sin límites por la infinitud de la creación. Fue más allá de la primera instrucción que creó el cerebro y saltó a una inmensidad sin tiempo ni espacio. Así transcurrió el tiempo suficiente para que su mente asumiera el cambio que se estaba produciendo y lo fijara por siempre. Al abrir los ojos el mundo se transformó totalmente para Ramana. Antes él se reconocía en una parte de cualquier cosa que conocía, ahora era diferente, parecía embriagado y podía llegar a ver todo lo que ocurría inclusive más allá del límite de sus sentidos.

Viendo el mundo de esta manera decidió dejar su vida normal. Ni el estudio ni la familia eran ahora suficientemente importantes. Navegaba constantemente en la infinitud de su interior y ello le era suficiente para vivir completamente pleno.

Un día supo de una mágica montaña a la que llamaban Arunachala. Cuando vio su foto por primera vez su corazón salto en su dirección; desde entonces no tuvo más interés que vivir en ella. Organizó todo para el viaje a su amada montaña y días después llegó a sus faldas. Pasó toda su vida a su lado; Arunachala simbolizaba el viaje interior en el que su mente siempre se encontraba.

Estando allí poco a poco las personas se acercaron sorprendidas por la fuerza que habitaba en sus ojos. Ramana no enseñaba nada en especial, no ofrecía ningún tipo de disciplina ni se decantaba por un ritual específico. A todo el que se acercaba a su sagrada montaña simplemente le miraba en silencio, a la espera de que quien le observara pudiera reconocer la infinitud que habitaba en su interior.

¿Has visto alguna vez unos ojos que resguarden el infinito en el que mora la libertad?

Imagen: https://es.wikipedia.org/wiki/Ramana_Maharshi

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