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Comienzo el 2019 estudiando, preparando los exámenes que me esperan dentro de un mes exactamente y proyectando la vista a la calle de vez en cuando, para descansar los ojos de tanta lectura y contemplar el espléndido día de año nuevo. 

Ayer no celebré Nochevieja. Creo que es la primera vez en mi vida que ocurre esto. En realidad, si no fuera por las centenas de felicitaciones y deseos que recibí por parte de las personas de los distintos grupos de Whatsapp y evidentemente, alguna que yo envié allí donde siento cierto compromiso, no hubiera sido consciente de que estábamos a 31 de diciembre.

Todo esto me trae ideas, vacíos y cuestiones a la cabeza que no recuerdo con frecuencia fuera de la época navideña. Y es que las Navidades no solo alimentan el capitalismo a través de un consumo exacerbado de comida, regalos, etcétera, sino que además fomentan y generan diversas necesidades afectivas y emocionales. 

Ayer pasé el día sola y además sintiéndome sola. Diría incluso que, dadas las circunstancias del momento, me aislé. Sinceramente, pasé por muchos estados de tristeza, desazón, asqueroso victimismo, enfado y rechazo a tanta felicitación y deseo navideño. Sin embargo, en algún momento paré, me bajé de esa montaña rusa, me serví un vinito y empecé a reflexionar hasta que me entró sueño y me metí a dormir.

Hoy he despertado pensando que ningún mensaje navideño ha llegado a conmoverme ni a apaciguar el tsunami interior, ni tan siquiera aquel que lo ves en 20 sitios diferentes y que llega con el ruego de que lo leas porque es “absolutamente estremecedor”.

Solo pienso en las niñas y niños de entornos sin recursos, de familias desestructuradas, de ambientes de guerra o en aquellos que pertenecen a culturas que poseen una estrecha relación con la Madre Tierra y que poco les importarán las luces de colores, árbolitos decorados, etcétera. Y se me ocurre un deseo para el 2019 que tampoco conmueve, ni tiene nada interesante, ni es diferente al resto pero que quiero compartir y es el siguiente:

“Que todas las niñas y niños posean y crezcan con raíces y que de alguna manera sientan que pertenecen a algo, a alguien, a su madre, a sus familias, a la Tierra, a la Divinidad, a sus amigas y amigos, al Saber, al conocimiento, en definitiva, a cualquier cosa pero con la certeza de que hacen parte de algo en la Vida”.

 

Esta entrada tiene 8 comentarios

  1. Preciosa Anne, en muchas ocasiones asi me he sentido en estas fechas de “obligadosentirsefelices?”
    Anoche,a las ocho,estabamos cenando un plato de macarrones, los cuatro en nuestra furgo y dije: Que sencillos somos. Mis hijas me preguntaron: Que quiere decir eso? Y mi pareja les respondio: Solo nos necesitamos a nosotros, con poco tenemos suficiente.
    Ahora, al leerte, pienso que es eso lo que tu deseas, el arraigo, el pertenecer hace que estemos felicrs y en paz.
    Gracias
    Feliz Año, bonita

    1. Ascen corazón,
      Sí, así es, lo que planteo es eso, la importancia del arraigo. Sentirse arraigado hace tener suelo para poder después coger vuelo. Es bonita la experiencia que compartes. Cuando interiormente sentimos que somos parte de alguna cosa, es fácil poder navegar en las subidas y bajadas de la vida porque hay una certeza que nos ancla.
      Compartir enaltece y hace que cualquier instante pueda ser perfecto, sin nada que falte ni sobre. Contentarse con lo “sencillo” es una habilidad de la que pocas personas gozan y me alegro mucho que prediquéis con ello.
      Un pedazo de besazo y gracias por compartir!

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