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Hui Ko, representa al discípulo anheloso del más perfecto saber. Su maestro, Bodhidharma, es la expresión del maestro perfecto. La vida los unió como al cielo y al horizonte, llevándolos a vivir experiencias que se inmortalizaron, como lo es la siguiente.

En una ocasión, en plena nevada de invierno, iban ambos caminando por la empinada montaña que llevaba a su humilde vivienda. El frío arreciaba y penetraba la piel; el viento ensordecía y el estómago era un gran agujero en el que cabría toda la comida del mundo.

Bodhidharma caminaba silencioso, paso a paso en la nieve, sin reconocer el gran esfuerzo que su discípulo llevaba a cuestas. Hui Ko aun no se acostumbraba a la extrema austeridad que, al parecer, no hacía mella en su maestro. A cada momento su mente pensaba en mil razones para pedirle a su maestro que se detuviese a descansar, se abrigasen un poco y comieran algo, aunque sea un solo bocado de pan.

Cada segundo era un minuto y cada minuto una hora interminable.

Llevaba años acompañando a su maestro, era su fiel seguidor, la razón de su vida. Lo admiraba sobre manera y respetaba cualquier orden o sugerencia que le hiciese.

Sin importar en que dirección fuera Bodhidharma en su tarea de enseñanza, allí fielmente Hui Ko le perseguía, como una sombra sigue a su dueño.

Sin embargo, Hui Ko no llegaba a entender la suprema extravagancia de su maestro, ni tampoco advertía la sabiduría de sus palabras. Eran néctar sus frases, pero también ponzoña que impedía lograr la tan ansiada paz que su corazón buscaba.

En la tormenta se consumó el destino de Hui Ko. Su mente y el cuerpo llegaron finalmente al límite de su resistencia. Contrariado por la sabiduría de su maestro y la ignorancia propia de no entenderlo, su mundo se resquebrajó mientras caminaba pesadamente en la nieve. La desesperación finalmente le engulló y su mundo interior se vino abajo. Corrió enloquecido alcanzando a su maestro y se puso al frente impidiéndole seguir caminando.

—Maestro, no puedo más —gimió Hui Ko frente a Bodhidharma.— Mi cuerpo no puede con tanto frío, tanta hambre. Mi mente se revela, me es imposible continuar —afirmó nuevamente Hui Ko frente a su maestro.

Con cara de ruego y desesperación Hui Ko siguió:

—Maestro, por favor, no puedo más, pacifica mi espíritu.

Bodhidharma compasivamente le miró al rostro. Tomando su mano le dijo, mientras alargaba la otra esperando cargar su pena:

—Dame tu espíritu y lo pacificaré.

En ese mismo instante en que su maestro le pedía le entregase todo su dolor, mientras le ofrecía su mano para tomarlo, Hui Ko entendió que su sufrimiento no era «algo sustancial», era tan solo producto de su desesperación. En ese mismo instante tuvo la comprensión suprema, el Satori.

Instantáneamente entendió el eje mental de la enseñanza de su maestro. Ya no importaba frío, hambre o cansancio. Su alma se liberó ante la comprensión suprema de saber que él era más allá de toda conceptualización física y mental.

*Eskerrik asko AEA marrazkiagatik. (Gracias a AEA por el dibujo)

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