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Hay una persona a quien admiro mucho porque verdaderamente es un cofre lleno de habilidades. Su capacidad de trabajo, entrega, saber y corazón son infinitos, pero lo que más me sorprende de ella, es el talento pedagógico que tiene en general con las personas pero sobre todo, en la educación de su hijo ya adolescente y mayor de edad.

Es increíble la perspicacia e inteligencia que ha mostrado siempre en el uso de herramientas educativas con su pequeño hombrecito.

Por su trabajo, se relaciona con mucha gente que generalmente se acerca a ella a por ayuda o para aprender. Ve a muchas personas y es gran conocedora de la psique humana y sus triquimañas.

Hace unos días le pedí sugerencia para escribir sobre algún tema que para ella fuera llamativo en la gente que atiende y por Whatsapp sugirió:

“Escribe sobre esto:

Algo que me llama la atención de muchos padres y madres es lo deseosos/as que suelen estar de que acabe el verano para tener a los niños y las niñas ocupados/as porque les “dan guerra” o porque “se aburren” con tanto tiempo libre o porque los padres y las madres están deseando tener tiempo para sí mismos.
Creo que al no vivir de forma habilidosa, sino desde los hábitos, hasta lo mejor de la vida se experimenta con hastío y cansancio. Que nos estresen nuestros hijos e hijas es increíble, que nos molesten o nos aburramos con ellos jamás debería suceder.
La Paternidad y la Maternidad son sagradas y un privilegio maravilloso que a muchos les es vedado.
Es terrible tenerlos cerca y no escucharlos, no conocerlos, no saber comunicarnos o disfrutar con ellos y que sea una carga tenerlos “demasiado tiempo”.

Es curioso desear que empiecen al cole para descansar de ellos y, después, cuando se hacen mayores, llorar porque se alejan o porque se independizan o porque no quieren nada o mucho con nosotros, los padres y madres.
Lástima que no se reflexiona sobre esto hasta que es tarde. Es posible que dicha reflexión nos llevara a una conclusión habilidosa”.

Esta es una historia que a mi también me sorprende pero que la mayoría de las veces evito decir porque al no ser madre, parece que no tengo “derecho a juzgar” este tipo de situaciones. (no todos los psiquiatras, terapeutas, médicos, etcétera han tenido enfermedad mental, traumas o cáncer y sin embargo emiten diagnósticos y se confía en ellos, ¡gracias a la Divinidad! Y es que a veces desde fuera se ven las cosas con objetividad….)

Quizás decido no ser madre precisamente porque soy consciente de su carácter sagrado, de las exigencias del entorno social y de la huella que me dejó la infancia y no quisiera verme criando entre quejas ni justificaciones.

Sin embargo, admiro aquellas personas que asumen el reto de crear una familia tras una profunda reflexión y compromiso siendo capaces de aprender y crecer en convivencia.

Tampoco he sentido la llamada del “instinto” y ya biológicamente tengo edad de sobra.

Valoro la independencia, las relaciones interpersonales, la búsqueda interior, el posible cambio del paradigma social, el aprendizaje, la enseñanza y la pedagogía e invertir el tiempo en ello. Además en la actualidad, no estoy dispuesta a renunciar a todo esto.

A parte de todo lo dicho, estoy absolutamente de acuerdo con el comentario de mi amiga y en aras de ser constructiva, quiero recalcar varias ideas interesantes que plantea:

“Creo que al no vivir de forma habilidosa, sino desde los hábitos, hasta lo mejor de la vida se experimenta con hastío y cansancio. Que nos estresen nuestros hijos e hijas es increíble, que nos molesten o nos aburramos con ellos jamás debería suceder. ”

Parte de casi todos los problemas que experimentamos actualmente tienen que ver mucho con esto. Como ya he comentado varias veces, los hábitos son reflejos de lo que esencialmente somos pero con la participación del «sentido protagónico» en la cognición. Funcionar por hábitos implica esfuerzo, gasto energético, etcétera que derivan en estrés, cansancio, agotamiento, desencanto, depresión, enfermedades y todo tipo de consecuencias poco constructivas para el ser humano.

Los hábitos fueron una deformación que hicimos a nuestras habilidades en la infancia, para poder adaptarnos a un entorno evitando sentirnos rechazados/as.

Las habilidades sin embargo, son los tentáculos que salen de las dos fuerzas intrínsecas que son la del Saber y la del Amor.

Permanecer en habilidad es como estar en concentración, es decir, un ambiente libre de «sentido protagónico», de «yo», de «mi» historia pasada o futura. Permanecer en habilidad es como dejarse llevar por el balanceo de un columpio producido por el viento, sin intervenir y notando la liviana sensación de que el espacio lo contiene todo.

Haber transformado y sostenido la habilidad en hábito es lo que produce cansancio, hastío y otro tipo de simetrías que nos llevan a la destrucción.

Quizás también, en los cursos que imparto y en otras circunstancias de encuentros con familias, veo que se ha dejado de lado el espacio de disfrute individual y el de pareja dando absoluta prioridad a la crianza trayendo consecuencias bastante complejas.

Animo a no dejar de lado o a rescatar los espacios de juego, disfrute, de asueto, a alimentarlos y a no convertir a los hijos e hijas en los reyes y reinas de la casa porque con el tiempo, esto pasará factura a todas las figuras de la familia.

 

Es terrible tenerlos cerca y no escucharles, no conocerlos, no saber comunicarnos o disfrutar con ellos y que sea una carga tenerlos “demasiado tiempo”.

Es curioso desear que empiecen al cole para descansar de ellos y, después, cuando se hacen mayores, llorar porque se alejan o porque se independizan o porque no quieren nada o mucho con nosotros, los padres y madres.

¿No os pasa de adultas y adultos que echáis la vista atrás y notáis la sensación de que nuestras madres y padres no supieron conocernos? ¿No sentís la tristeza de no haber sido escuchados/as o comprendidos/as?

Yo tras muchos años de trabajo personal puedo reconocer varias habilidades que poseo y que nadie supo ver. Una pena, porque ahora de adulta convertir en habilidades los hábitos creados entonces es titánica tarea.

Siento melancolía por no haber ido más a la naturaleza a caminar con mi madre y hablar de ciertas cualidades que seguramente hubiéramos compartido con mucha afinidad. Me da pena que no hubiera bailado o cantado disfrazada conmigo.

Me hubiera gustado haber dialogado con mi padre paseando por la montaña sobre temas como la tradición, la historia, la sensibilidad o los valores humanos.

De mis profesores y profesoras (aunque pocas quejas tengo de ellos/as) hubiera esperado más clases de filosofía, de herramientas para la vida, de inteligencia emocional y menos matemáticas, lengua o historia española.

Achacamos las carencias de juego, disfrute y compartir en familia a la falta de tiempo producida por el exceso de obligaciones pero cuando disponemos de él no lo aprovechamos. No es cuestión de cantidad sino de calidad.

A veces un gesto, una mirada, un diálogo interesante, la escucha de alguien que te mira atentamente, la intensidad de lo breve y todas aquellas pequeñas experiencias vividas de manera presencial generan una marca interior que sirve de referencia para toda la vida.

Hace tiempo que no tengo reproches hacia mi madre o mi padre. En realidad, no pudieron hacerlo mejor.

Lo pasado ya no tiene solución. Todo aquello que no se aprovechó de manera constructiva ya no se puede cambiar. Y el tiempo pasa, el cuerpo físico se irá y quedará nuestra mente con sus vacíos y sus necesidades.

Tratemos de que el presente sea lo único que merece ser vivido y que no sea fuente de posteriores lamentos.

Disfrutemos y vivamos desde la habilidad, para la habilidad y por la habilidad.

*Imagen cabecera: IGOR ARZUAGA

Esta entrada tiene un comentario

  1. Gracias por la reflexión. A mí son unas frases que me abruman cuando las escucho. Cuando escucho a los papás que ya tenían ganas de que empezar el colegio…pero si es tan bonito estar con nuestros hijos! Qué hacen esos papás para sacar a sus hijos del aburrimiento?

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