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Hace unos 100 años más o menos, los inviernos en algunos lugares de la Tierra eran mucho más duros que ahora. Mi abuela me contaba que en aquellas épocas, los recursos para calentar los hogares eran muy escasos y por eso, algunas personas enfermaban y frecuentemente morían y otras, aunque no enfermaban, igualmente padecían las consecuencias que producían semejantes heladas y nevadas.

Por eso, la gente se encerraba en familia en el hogar y las calles de las ciudades quedaban desiertas. En invierno, la algarabía producida por los niños jugando en los patios dejaba de reinar.

Sin embargo, mi abuela decía que en una aldea en las montañas, un viejo amante de la botánica no dejaba un solo día sin ir a visitar las plantas y flores de sus jardines, pues estas requerían de su cuidado.

Cultivaba desde plantas aromáticas, frutales y hortalizas, hasta las flores más hermosas jamás vistas en el mundo.

Un buen día, mientras caminaba tranquilo hacia sus tierras, vio que un niño del pueblo estaba sentado solo sobre una piedra. Permanecía encorvado, con la cabeza mirando hacia abajo, las manos entrelazadas rodeando sus piernas y llorando sin parar.

El señor, que conocía al niño desde su tierna infancia se acercó y tras pedirle permiso, se sentó silencioso junto a él. Tranquilo, esperó a que el chiquitín estuviera preparado para hablar.

Al cabo de un rato, el llanto del pequeño se alivió y empezó a contar que estaba harto del invierno porque cerraban la escuela por mucho tiempo, porque no podía jugar con sus amigas y amigos y porque los caminos estaban tan llenos de nieve, que no podía ir a ver a su querida abuelita.

El anciano mostró su empatía y con intención de calmar al muchacho, comenzó a contarle curiosidades sobre algunas flores que tenía en su jardín.

Mencionó que algunas plantas y flores eran curativas y que poseían propiedades para aliviar la inquietud de las personas. Además, comentó que algunas de ellas tenían hábitos y habilidades, como los tienen las personas. Entre todas las que tiene destacó el carácter de tres de sus flores más queridas y sugirió al chiquitín, que en cuanto estuvieran en flor, le llevaría a escoger una.

Así entonces, el viejito enamorado de las flores dijo:

El girasol me gusta porque es alto, fuerte y se le reconoce de lejos porque brilla como el sol. Además da pipas para comer y ofrecerlas a los pajaritos y también se puede hacer aceite.

Sin embargo, es muy caprichoso porque desea que la luz del sol le ilumine siempre y sea exclusiva para él. No le gusta compartir el calor con otras plantas y eso le hace ser una planta un poco arrogante.

Después tengo rosales de diversos colores. Entre todos ellos, mi favorito es el que da rosas rojas. Su belleza no tiene parangón. La intensidad de su rojo da vida a todo el jardín. Los pétalos son suaves como el terciopelo y desprenden un olor que casi acaricia el corazón de quien se acerca a oler.

Pero el rosal tiene el inconveniente de no dejarse tocar fácilmente porque su tronco está lleno de pinchos.

Parece estar siempre a la defensiva y cuando quiero acercarme, tengo que hacerlo con mucho cuidado para no lastimarme.

Finalmente, hay una planta de flor delicada pero inmensamente dulce. Pasa muy desapercibida, las personas casi ni la ven. Es el jazmín.

Sus flores son blanquitas, pequeñas y parecen frágiles, pero su aroma es de una exquisitez que encanta y atrapa a cualquiera con su magia.

Cuando pase el invierno y estén en flor, te llevaré conmigo a verlas y dejaré que en cada visita, escojas una de ellas y te las prepararé para que las siembres en el jardín de tu casa y puedas gozar de ellas.

Y así, el niño se calmó y su corazón se llenó de esperanza por la llegada de la próxima primavera.

PREGUNTAS

Si tuvieras la opción de escoger una de estas flores, ¿cuál escogerías primero?

¿Por qué?

¿En qué orden harías tu elección? Ordena las flores de mayor a menor preferencia.

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