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Érase una vez un bosque encantado lleno de centenarios árboles mágicos. Estos eran de troncos inmensos y a la mitad de altura se formaba una extraña hendidura horizontal, que se asemejaba a una boca.

Era el bosque de los niños. Ningún adulto podía adentrarse en él. La razón era simple, los árboles tenían la virtud de contestar a cada niño una única pregunta que solo podrían hacerla una vez en la vida. Además, la edad máxima para la visita eran los siete años. Pasados estos años y por más que lo rogaran, no habría oportunidad de preguntar.

Un día un pequeñín de seis años se acercó a preguntar. Sus padres llevaban semanas enteras dialogando con su hijo para que llegado el momento, hiciese la pregunta correcta. Los padres no podían intervenir en el tipo de pregunta de su hijo, pues los sabios árboles se enterarían y cabría el peligro de que no la contestaran.

Este pequeñín, algo nervioso con el evento, llevaba días sopesando las miles de opciones que su mente sugería. Le rondaban miles de preguntas pero solamente una sería la adecuada. Preguntaba a sus padres qué preguntaron ellos de niños, pero le respondían que su pregunta era íntima y que debía hacerla desde el corazón.

Únicamente le dijeron estas palabras:

– Has de saber que los árboles contestarán con la verdad, por ello debes elaborar correctamente tu inquietud.

¿Qué preguntarías tu? *Para preguntar a los niños

(¿Qué única pregunta haría tu hijo a los sabios árboles del bosque mágico?)

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