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El inicio de curso siempre ha sido guay: el olor a libros y cuadernos nuevos, estrenar lápices, bolígrafos y borra-gomas. No era habitual estrenar estuche cada curso a no ser que en el anterior se hubiera explotado un boli y la tinta hubiera dejado el estuche hecho un desastre.

A ciertas edades,como en la adolescencia, esto molaba porque daba una imagen un tanto macarrilla, pero antes de eso, todos los materiales debían estar impolutos para empezar con “buen pie” el nuevo curso escolar.

La última noche de las vacaciones, previa al inicio del nuevo curso, siempre era de aquellas en las que no pegaba ojo.

Echo la vista hacia atrás y ahora me hace gracia ver cómo vivía aquellos momentos. Empezar un nuevo curso me generaba tal cúmulo de emociones que solamente puedo definir aquel estado con el término “inquietud”.

El nuevo curso traía mayor dificultad en los aprendizajes académicos y esto en mi caso, producía cierto cuestionamiento de si sería capaz o no de superarlos con satisfacción. Traía también la incertidumbre de quién sería el tutor o tutora que nos acompañaría en los próximos 9 meses, lo cual era determinante para comenzar más o menos motivada el curso.

Y esto último es de las cosas que mayormente pueden influir en un educando en su vida escolar.

Hoy en día se dice que la escuela debe de ser la “escuela orientadora y tutora”. Esto implica que la escuela se convierte en una comunidad donde cualquier agente (familiares, personal docente y no-docente, etcétera) influye y participa en la educación de sus alumnos.

Desde la antigüedad a la figura del tutor o tutora también se le ha llamado maestro o maestra, lo cual hace que esta figura adquiera un peso relevante.

Creo por otro lado que no tenemos muy claro qué implica el término de maestro, maestro o maestría.

En diversas tradiciones esta figura referente asumía una inmensa responsabilidad sobre el conocimiento que debía impartirse a sus estudiantes. Su papel en la gestión de cualquier enseñanza llevaba a organizar de una manera conveniente el saber, asegurarse de la correcta asimilación del conocimiento y del desarrollo práctico de este.

La Mastría entonces no solo implica tener conocimientos elevados sino también saber transmitirlos de una manera adecuada y adaptada a la naturaleza de cada estudiante. Además de esto, el maestro o la maestra debe hacerse cargo del aprendizaje práctico y desarrollo personal de sus estudiantes.

Por esto creo que cambiar de tutor o tutora frecuentemente a lo largo de la vida académica del alumnado, especialmente en la niñez, es un inconveniente porque dificulta el afianzamiento de los lazos intelectuales y afectivos entre el tutor o tutora y sus estudiantes.

De todos los términos que se usan hoy en día para referirse al profesorado, el que más me atrae y se acerca a la figura del maestro/a es el de ACOMPAÑANTE.

Quien acompaña permanece siempre cerca en el proceso de reflexión que el/la estudiante debe hacer para integrar el saber. Quien acompaña ni abandona ni sobre protege. Quien acompaña respeta y educe aquello que el educando ya posee en su interior. Quien acompaña ni entorpece ni manipula el camino que el o la aprendiz debe transitar. Quien acompaña no otorga ni más ni menos de lo que el /la estudiante puede procesar.

Quien acompaña debe encontrar su libertad en la compañía que da a sus estudiantes.

Foto: Marta Fernández (Gracias)

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