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En uno de los antiguos caminos de algún lugar de la India, un ladrón hacía de las suyas
aprovechando la soledad del paraje. Eran pocos los caminantes que se atrevían a cruzar
por aquellos senderos. La fama de aquel ladrón ya sobrepasaba las fronteras de la región.
El ladrón de nuestra historia no solamente robaba las pertenencias, sino que le era frecuente
también tomar la vida de quien nada de valor le entregaba.
“La bolsa o la vida”, era la significativa frase que sorprendía a los incautos viajeros de
aquellos escondidos parajes. Aterrorizados entregaban lo más selecto de sus pertenencias.
Después de escoger qué robar, y si el botín era de su agrado, el duro corazón del
ladrón permitía escapar a su presa.
En una ocasión caminaba por aquellos lugares un anciano sabio. El cuerpo del viejo
estaba marcado por la dureza de una vida llena de toda suerte de privaciones imaginables.
Lentamente daba un paso tras otro, sin ninguna prisa, como queriendo no llegar a
ningún lugar. El ladrón lo vio y quedó sorprendido, no entendía qué hacía por aquellos
lares un personaje como aquel, sin ninguna arma defensiva ni la protección de terceros.
—¡Deteneos, la bolsa o la vida! gritó intentando asustar al viejo.
Ante el anuncio, el anciano siguió caminando, como si fuera sordo a los requerimientos
del ladrón.
Sorprendido el bandido ante la negación de sus diversos requerimientos, acabó colocándose
frente al caminante.
—¡La bolsa o la vida! refunfuñó de nuevo frente al sabio.
—No tengo oro ni nada de valor material, haceos a un lado y dejadme pasar que
tengo prisa.
El ladrón no acababa de asombrarse ante la enjuta visión que tenía al frente. Bastaría
soplar para desestabilizar aquella grotesca figura.
—Si no tenéis nada de valor, entonces deberéis darme vuestra vida.
—Sólo tengo algo que vale más que cualquier piedra preciosa, que cualquier moneda
de oro, y es mi devoción a la divinidad de Rama, mi gran maestro, contestó el anciano.
El ladrón, como queriendo seguir el juego del viejo, le contestó: —si me podéis mostrar
lo que afirmáis, entonces perdonaré vuestra vida, pero si no me lo mostráis, cortaré
vuestro cuello de un tajo con este cuchillo que tengo en mi mano.
El anciano estiró lentamente su mano y pidió con sus ojos que le entregara la daga que
blandía. El ladrón sopesó entregársela y viendo que aquel ser no podría ni siquiera con
el peso del cuchillo, aceptó dársela.
El sabio tomó el cuchillo, lo acercó a su pecho y sin mediar tiempo alguno lo clavó, marcando de arriba abajo la posición de su corazón.

El ladrón sorprendido quedó totalmente mudo. El anciano cortaba de arriba abajo su
pecho. Los huesos de sus costillas parecían de papel ante el filo del metal. Finalmente
soltó la daga y con ambas manos abrió dejando al descubierto su corazón.
—Acercaos, escuchad mi latir.
El ladrón asustado por lo que había visto atinó a acercarse. Notó con sorpresa que el
corazón del sabio no sonaba como todos los demás su sonido entonaba rítmicamente
RAM-RAM, como expresando alternativamente el nombre resumido de la divinidad a
la que el sabio tanto amaba.
Fue tanta la sorpresa del ladrón por lo visto y oído que su mundo interior se trasformó
en un instante. Resolvió cambiar su modo de vida y se hizo discípulo del viejo sabio.
Desde aquel momento el antiguo ladrón se propuso cambiar también el ritmo y el tono
de su propio corazón.

*Cuento extractado del curso online de Educacón impartido por Sesha 

FOTO CABECERA:/https://pixabay.com/es/users/Leroy_Skalstad-1202818/

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